Subiectus Monterogalanensis

Estoy completamente agradecido a Francisco Amoraga, gran filósofo animalote, por las bestiales palabras que ha escrito para la exposición Creaturas Mitoilogícos.
El texto aparece expuesto junto a las especies y especias monterogalensis que se exhibirán en La Atómica hasta el 23 de febrero, pero me permito publicarlo aquí para que lo podáis disfrutar todos los que no os podáis acercar hasta allí:

Subiectus  Monterogalanensis

Ser o no ser especie monterogalanensis: esta es la zooilógica cuestión. Si no me creen, pasen y vean mientras les susurro al oído o les froto la espalda con unas pocas tremendas palabras sobre la imaginación y la desobediencia.

A un lado (pajarraquea y mancha cuando lo aparezco), la silueta multiforme de Daniel Montero Galán, auctor praegntus de este aturullado bestiario. (El latinajo alude a la naturaleza del bicho y a su avanzado estado de gestación.) Con su acuarela en flor y preñado hasta las tintas, resulta una ocasión propicia para sacar a pasear, en una espléndida tournée de creaturas variopintas, “las múltiples posibilidades de ser” (acompañamiento de voz resonante de Pirandello en el curso de la acción). Salen todas.
Inmediatamente, el Autor sin su Compañía hace mutis por la izquierda. La Compañía permanece, se pavonea o hace lo que diablos se desespera que haga una estirpe así en medio de una sala similar a esta; al tiempo que, del otro lado, irrumpe, inerme, Cualquiera. Aun siendo yo un subalterno, en este momento puedo alardear de cierto poder y escojo, para el ejemplo, al espécimen infantil, el infans monterogalanensis. (De un cariñoso garbilote lo planto delante de la Compañía. El escenario se ilumina.)



1. En el Zooilógico
¿De qué modo se relacionan, aquí dentro, estas dos criaturas, el auctor praegntus y el infans monterogalanensis? En un breve artículo de 1924, ‘Viejos libros infantiles’, Walter Benjamin cargaba contra “los ridículos monigotes ideados por dibujantes poco sutiles que creen interpretar al niño.” Y afinaba a continuación la demanda del niño, “quien exige del adulto una representación clara y comprensible, no infantil; y menos aún quiere lo que este suele considerar como tal.”
Estas indicaciones de Benjamin me van a permitir hablar del reglamento básico del Zooilógico Montero Galán. Porque es sabido que a los animales no se les debe echar nunca comida y, sin embargo, apenas se suele comentar nada del procedimiento a seguir tras el arriesgado vínculo que se establece con ellos.
Esto ocurre por algo que tiene que ver con el secreto, todavía más entre animales ilógicos. En efecto, lo que es habitual y tendente al éxito en el campo de la ilustración se manifiesta en su doble acceso, ayer como hoy: el “medio deshonesto de las modas del día” o el de la interpretación vertical, clasista y normativa; pero hay otro portón, aunque abatible más pobretón o precario, donde la imaginación se muestra, antes bien, indecorosa o radicalmente ética: el de la comunicación cara a cara, sin mediación lucrativa, moralizante o pedagógica, entre el auctor praegntus y el infans monterogalanensis de nuestro caso. En un espacio de expresión recíproca como este zooilógico, no hay interpretación sin contagio, ni novedad que no sea mutua y repetidamente venidera. Pues lo imprevisible de la especie monterogalanenesis es, a su vez, una vuelta de tuerca más al secreto de su naturaleza.
Cautivar la naturaleza pudo servir, curiosamente, como lema para el que fue el gran proyecto ilustrado: lograr una naturaleza a imagen y semejanza de la Razón y sus modales. Justo por eso había que “convertir al niño, el ser natural por excelencia, en el hombre más piadoso, mejor y más sociable por medio de la educación.” Esta pedagogía artificial encuentra en Kant su representación más potente cuando propone al hombre la tarea de salir de su estado de minoría de edad y hacerse grande. La emancipación, la osada aventura de pensar por uno mismo, se pobló entonces de formadores y expertos en los procesos de emancipación infantil (lo que el Jacotot de Rancière llama “explicadores”). Solo que el niño y la niña son demasiado naturales y desconsoladamente ilógicos como para poder plegar tanto tantísimo sus alitas o recortarse tan atrozmente sus uñas, sus picos o sus bigotes; por eso comprenden desde el principio la gravedad de su situación y por eso conspiran, pactan en secreto, admiten la convención de lo real para no perder un segundo en ser sorpresivamente industriosos y escaparse.




2. Gráciles y contrahechos
Pero ¡qué familia rara es la especie monterogalanensis! No pierdan detalle. ¿Qué ven? (Ahora deberían levantar de nuevo la vista antes de mi última licencia.)

Les diré lo que yo veo para que puedan apartarse de mí a conciencia. Seres gráciles y contrahechos. Gráciles incluso los más orondos, porque no hay en ellos asomo de pesantez ni pedantería ni conclusión alguna. Los veo auténticos, enfrascados en ser lo que son y en advertir todo lo que pueden llegar a ser. Les da igual que el mundo les sea o no apto: esa es su ligera gravedad. Y seres contrahechos, porque nacen torcidos (o abombados o espirados) y a la contra: nacen tercamente, o mejor, sobreviven, viven sobre sus posibilidades y las de otro, apuntan por encima de ellas. ¿Seres naturales, decíamos? ¡Mentira, mentira! Porque comparten una comunidad de sentido y la hacen estallar y la recrean de nuevo una y mil veces. Son fieles a su creación: son éticos, son maestros. Por eso me recuerdan al hombrecillo de Paul Klee, “nacido con una sola ala de ángel” y que “no cesa de hacer intentos de volar. El que se rompa brazos y piernas no le impide seguir siendo fiel a la idea de volar.” Porque son una tentativa absoluta e infantil, festiva y decisiva.

Francisco Amoraga.


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